¿Tiene sentido
relacionar una pieza clave de la poesía japonesa con las artes marciales
chinas? Todo cuanto acerca culturas tiene algún sentido. Y cualquier proyecto
de hibridación debería merecer, al menos de partida, el beneplácito de la duda.
Aunque verdad es que un cuerpo por un instante ingrávido y una voz evocándolo
no lo justifican todo.
En cualquier caso es un hecho que la
japonesa es, manteniendo y desarrollando sus identidades, una cultura que hunde
parte de sus raíces en la cultura china y chino-coreana. Su budismo, su
escritura antigua y su arte literario están íntimamente ligados a ellas. A
través de Corea y procedentes de China llegan a Japón la forma ideográfica de
su escritura así como los primeros textos con enseñanzas budistas (Sutras). El
budismo, previamente enriquecido con los aportes del taoísmo, se desarrollará
en el archipiélago sin despreciar elementos propios del shintoismo originario
(el amor a la naturaleza, por ejemplo) reconfigurando la forma budista que
conocemos como Zen.
Una forma en la
que perduran elementos del budismo de que bebe (la tradición Chan) entre los
que se debe destacar esa singular forma de meditación, interpretación,
iluminación, conceptualización, intelección,… que son los Koan; un tipo de
pregunta – encrucijada de apariencia incluso ilógica (digamos que desde una
óptica occidental) y que está íntimamente ligada a la poética que subyace al
Haiku japonés.
Una poética que
comparte con el Budismo – Zen la espiritualidad, el simbolismo, lo misterioso y
trascendente, el amor por lo sencillo y ascético; pero que también se imbrica y
recoge elementos de otras tradiciones religiosas y filosóficas de origen chino
como el citado Taoísmo o el Confucionismo. Del primero, por ejemplo, hereda
cierta actitud contemplativa de la vida, el contacto con la naturaleza o la
idea de armonía entre existencia humana y cosmos. Del segundo la espontaneidad,
la simplicidad, la observación de lo cotidiano y la identificación con el
entorno natural.
Matsuo Bashoo (1644-1694), uno de los grandes maestros de la época
clásica de la poesía nipona, ilustra a la perfección esa pluralidad de fuentes
y señala la suave línea que conecta el Haiku con la tradición poética china.
Su formación
inicial fue Samurai, cercana a la moralidad confuciana e inserta, pese a las
transformaciones sociales y políticas, en el Bushido. Vivió aún en una época en
la que caligrafía, música y poesía eran disciplinas complementarias a la
formación en el manejo de la espada. Estudió no sólo la literatura japonesa,
que le acercaría al Shinto y a la conciencia de los cambios en su país; sino
también la literatura china, que le acercaría a una particular vivencia del
lenguaje y al Budismo.
El elemento Zen,
será, precisamente el que haga del Haiku, antes incluso de llamarse así, algo
más que un estilo literario, una manera de desenvolverse en la vida. No en vano
la historia afirma que Bashoo habría alcanzado el Satori o estado de
iluminación y lucidez dando respuesta al koan planteado por su maestro Bucchoo
con parte de lo que después sería un famoso haiku.
La pregunta: ¿Cuál es la ley del Buda antes de que el
musgo verde brotara?
La respuesta
(tras oír a una rana saltar hacia el estanque próximo): Al zambullirse una rana, ruido de agua.
El haiku
posterior:
Un viejo estanque;
al zambullirse una rana,
ruido de agua.
Eternidad e
instantaneidad, sencillez y concisión se dan la mano en una composición poética
que se ha convertido en referente ineludible no sólo de la obra de su autor,
sino de la historia de la literatura japonesa, e incluso habría que decir de la
historia universal si esta no siguiera escribiéndose y enseñándose desde una
óptica occidental prepotente y excluyente.
Reflejo en movimiento de un universo que se percibe y siente mutable,
fugaz, contradictorio, paradójico, arbitrario, absurdo,… cualquier intento de
encarcelarlo en una definición tipo, de delimitarlo completamente, de fijarlo
indefinidamente, está abocado al fracaso.
El Haiku escapa
a esas pretensiones como resbala el agua entre los dedos hasta el punto de que
algunas de sus manifestaciones rompen la pauta formal de diecisiete sílabas
distribuidas en tres versos de cinco, siete y cinco con la que, en general, se
le identifica.
Hunde sus raíces
literarias en otras formas poéticas como el Tanka, de dos estrofas de tres y
dos versos con cinco, siete, cinco, siete y siete sílabas; o el Renga
concatenación coral de sucesivos versos que siguen la pauta estrófica y
silábica (no así temática) del citado Tanka. Buena parte de la bibliografía
castellana da por buena la idea del Haiku como fruto de un proceso de autonomía
del hokku, o los tres primeros versos del Tanka, a través de la eclosión del
Haikai-no-Renga. Pero en el fondo no hay un acuerdo unánime sobre el peso real
de las influencias de las experiencias y tradiciones poéticas precursoras;
entre las que también debe citarse el Katatuta, el Chooka o el Seedoka, con
versos igualmente de cinco y siete sílabas.
Sobre otros
elementos, en este caso de contenido, pesa la misma necesidad de matizar cada
afirmación tajante. El ‘Kigo’ y el ‘Kireji’, palabras que indican la estación
del año y efectúan un corte sobre el que
se estructura el Haiku, respectivamente, son algo usual y más que frecuente en
los poemas tradicionales, pero su presencia no es completamente indispensable.
Y para rizar el
rizo, aunque desde el siglo XVI y antes (Îo Sôgi, 1421-1502) existe conciencia
de que se está ante un fenómeno literario diferente, ante una forma poética
autónoma; el nombre que empleamos para referirnos a ella se debe a un
rescatador y renovador de la misma, Shiki Masaoka (1867-1902), ya en el siglo
XIX.
Su posición
agnóstica y una creatividad que deja al margen connotaciones místicas o
religiosas obligan, además, a reconsiderar la identificación ‘haiku-zen’ que en
ocasiones se realiza, rayando paradójicamente cierto fundamentalismo, afirmando
la imposibilidad de la vivencia del haiku sin la vivencia del zen.
Entre Shiki y Bashoo, Yosa Buson (1716-1783) e Issa Kobayashi (1762-1826)
aparecen como ineludibles coordenadas en una corta lista que deja fuera
muchísimos nombres relevantes pero que permite argumentar la pluralidad del
haiku sin necesidad de recurrir a la revolución poética del siglo XX.
De hecho, los
cuatro grandes haijines citados
tuvieron una visión distinta sobre la esencia de su arte: Un camino a la
perfección, para Bashoo. Un arte que busca la belleza, para Buson. Efusión y
emotividad, para Issa. Un género literario, para Shiki.
Esa pluralidad, que atañe tanto a la forma como al contenido y que es más
manifiesta cuantos más autores y autoras se analizan, deja claro que –como ha
quedado dicho- el Haiku no se deja encerrar en esquemas monolíticos; que no
puede entenderse sin atender al hecho de que desde sus orígenes se ha
diversificado vertiginosamente haciendo del propio término una palabra
caracterizada por la multiplicidad de matices, cuando no directamente por la
polisemia.
Ello no quita
para que, desde la conciencia del cambio, sea posible identificar elementos
comunes que subsisten al paso del tiempo. El carácter inacabado e inacabable
del Haiku y la consideración de su creación como camino son dos de ellos. En
torno a ambos giran toda una serie de ideas fuerza que no por manidas dejan de
ser válidas: Poética que maneja lo invisible, que toca lo inexpresable o que se
insinúa sin llegar a mostrarse; transgrediendo el lenguaje, cuando no renegando
de este. Experiencia e intuición liberadoras que muestra las palabras como
relámpagos, que apenas sugiere ideas desnudas, para que la mente contemple o
invente los mensajes. Empatía hacia la realidad y unión de lo afectivo e
intelectual en la que tan importante es lo que se dice como lo que no se dice y
que exige una actitud activa, casi cómplice, del lector u oyente.
Esa suerte de ‘incompletitud’ de lo
escrito no se reduce a una opción estética. Además de inscribirse en una
cultura, como se ha señalado no sólo literaria, en la que buscando fuentes
cabría retrotraerse a las cosmologías pre-taoístas; se explica, en buena
medida, por las características de la escritura ideográfica china y japonesa
así como por la concepción de signo sobre la que se asienta.
Una escritura
que se niega a ser un mero soporte del idioma hablado, que se desarrolla a
través de la combinación de caracteres profundizando paso a paso en su
autonomía respecto al sonido, que crece eliminando lo gratuito y lo arbitrario
y que se constituye como un sistema semiótico merced al que se entrelazan de
forma compleja diferentes prácticas significantes: Poesía, caligrafía, pintura,
música y relato mítico.
Esa simbiosis
está igualmente animada por un pensamiento cosmológico que impregna vivamente
esas artes. En el caso de la poesía china, su lenguaje está directamente
influenciado por conceptos y procedimientos de sus cosmologías, desde el
Yi-jing (I Ching), el Libro de las Mutaciones, a los movimientos de renovación
del Taoísmo y el Confucionismo. De hecho los ejes sobre los que se estructura
ese pensamiento (Vacío-Plenitud, Yin-Yang, Aliento primordial o vital,
Cielo-Tierra-Hombre, …) son a su vez niveles en los que se estructura el
lenguaje poético.
Uno de esos
niveles, el lexical o sintáctico, tiene como característica fundamental la
distinción entre palabras plenas (sustantivos y verbos) y palabras vacías (pronombres,
adverbios, preposiciones, conjunciones, etc.). Las segundas se reducen para
transmitir una sensación de profundidad, incluso de vacío, mediante diferentes
elipsis o sustituciones hasta lograr una poesía sintética e intuitiva. La
elaborada durante la dinastía Tang (siglos VII-X) y, en concreto, el Jueju
–cuarteto de versos de cinco y siete sílabas- llegará a Japón introduciendo una
poética del instante y la percepción que siglos después se plasmará en el
haiku.
La hibridación artística que se citaba
es especialmente intensa entre caligrafía, pintura y poesía. De hecho en la
tradición china a la pintura se la denomina ‘wu-sheng-shi’, que significa
poesía silenciosa. La mutua alimentación de la visión poética y la visión
pictórica es también una característica presente en el Haiku, que a veces es
acompañado de pequeñas pinturas, normalmente a la aguada, denominadas Haiga. En
ocasiones incluso algunos dibujos sustituyen a determinadas palabras en una
conjugación de pintura, caligrafía y poema que ilustra el hecho de que las tres
artes están orientadas por unos mismos principios estéticos, entre cuyas
nociones principales se encuentran la ya citada oposición entre vacío y
plenitud o la de aliento rítmico.
La obra de Yosa
Buson (conocedor de la poesía Tang) es un inmejorable ejemplo de ello. Con un
menor grado de religiosidad que la de Bashoo, es una poética que propone la
observación pura de la naturaleza, que se asienta en un estilo descriptivo y
que se caracteriza por su sensibilidad. Hay una continuidad entre sus haikus y
haigas, como la hay entre los trazos pictóricos y caligráficos. Trazos que se
cruzan, se lanzan, vuelan, hunden, con una determinada cadencia, con un
determinado compás,… como en una danza con espada (recordando a una variable
del Wushu)… y que remiten tanto a la pulsión interior en cuanto que fuente de
la creación artística, como a la noción de camino contenida en el Dao (chino) o
Do (japonés).
La referencia a la espada es algo
más que una metáfora. Las artes marciales forman parte igualmente de ese
universo cultural, filosófico, místico y espiritual al que, sin profundizar, se
ha hecho referencia. Y ese trasfondo las aúna en no pocos momentos de su
aprendizaje, de su práctica, de su vivencia, de su transformación,… No es sólo
una cuestión de interdisciplinariedad a nivel técnico. Si bien la destreza en
el manejo de la espada, por continuar con el ejemplo, se alimentaba con la
destreza caligráfica, y viceversa; el arma representaba así mismo un valor
ético y exigía paciencia, perseverancia y humildad como el pincel sobre el
papel o la tela y la vara sobre la arena.
En ese sentido,
también la música mantiene una estrecha relación con las artes marciales: Ambas
buscan la armonía. Es precisamente el elemento de búsqueda, el concepto de camino
que se apuntaba, el que permite trazar los puentes entre las artes de lucha y
otras artes.
Ahora bien, semejante interconexión
sólo es posible desde una concepción de las artes marciales como disciplinas
que, centradas en el estudio y la práctica de habilidades y conocimientos
aplicables al combate, están encaminadas al desarrollo integral de la persona;
esto es al desenvolvimiento armónico y equilibrado de cuerpo, mente y espíritu.
En cuanto
disciplinas, y desde esta perspectiva,
suponen compromiso, esfuerzo,
sacrificio e implican una determinada actitud no sólo hacia la disciplina en sí
sino también ante la vida.
Y en relación
con la idea de incompletitud que se había asociado al haiku; las artes
marciales así entendidas son un camino que tiende a la perfección. Y lo
importante en ellas es el camino en sí, no una perfección inalcanzable o una
meta que no se puede cruzar. En dichas artes los fines son como el horizonte.
Se dan dos pasos y este se aleja dos pasos. Se dan otros dos pasos y sucede lo mismo.
¿Para que sirve, entonces ese horizonte? Sirve para eso, para caminar.
De hecho, en las
prácticas marciales arraigadas en Japón se diferencia entre el camino del arte
marcial y la praxis meramente física y técnica. En otras palabras, las artes
marciales japonesas cuyo nombre termina en ‘do’ son un sistema adaptado de
anteriores formas de combate –‘jutsu’ o ‘jitsu’- reestructurado de forma
simultánea en un arte, una disciplina moral, una filosofía y, hoy en día, un
deporte.
En un rápido
repaso cabe citar al Judo, que hunde sus raíces en el Jiu-jitsu; el Kendo, o
camino de la espada de bambú; el Jodo, camino de la vara o el palo corto; el
Iaido, que procede del Iaijitsu o desenvaine rápido de la espada; el Kyudo, o
camino del arco, con una gran influencia Zen, en el que cabe destacar que el
disparo de la flecha se hace sin interés por acertar en el blanco; o el Aikido,
influenciado por el Shinto y basado en el Dayto-ryu, un antiguo estilo de
jiu-jitsu.
Del nombre de
esta última interesa destacar la segunda sílaba, ‘ki’, en chino ‘chi’, concepto
fundamental relacionado tanto con la salud humana como con el comportamiento
presente también en el nombre propio de otras artes marciales como el T’ai-chi-chuan.
También interesa
hacer mención del Shorinji Kempo, reconocido como religión más que como arte
marcial. Adapta métodos de lucha chinos y de hecho su nombre traduce dos
palabras en este idioma: Ch’uan-fa (Kempo), en su doble acepción de primer
camino y boxeo, y Shaolin-ssu (Shorinji), o templo Saholin, templo vinculado al
desarrollo del Wushu y Tai-chi-chuan. El Shorinji Kempo se erige sobre una
forma de vida basada en la meditación Zen y orientada a aliviar el sufrimiento
y asegurar la felicidad. La interrelación e interacción entre todas las cosas y
todos los conocimientos es uno de los principios del pensamiento a él
subyacente. El desarrollo de las potencialidades humanas como herramientas con
las que discurrir provechosamente en la vida, una de sus vías. Pensar en los
demás es una de sus máximas. Contener, más que lesionar; lesionar en vez de
matar; otra de ellas.
Que tanto las artes marciales como
la poesía hayan ido dejando atrás
algunos de sus aspectos filosóficos y espirituales no significa que no
quepa recorrer, histórica, antropológica, estética e incluso éticamente, la
tenue e incluso interrumpida sensación que acercan haiku y wushu.
Un acercamiento
al Wushu animado por una poética del movimiento cabe en tres versos de cinco,
siete y cinco sílabas.
Sobre el tatami
trasgresión y belleza
la rosa ingrávida
Carlos Olmo
Bibliografía.
Corrales Vasco, L.; “Historia del Haiku”, en El Rincón del Haiku (revista electrónica de Haiku),
www.elrincondelhaiku.org/sec1.php, fecha de consulta 14 de enero de 2008.
Rodríguez Izquierdo, F.; El Haiku
japonés, Fundación Juan March – Guadarrama, Madrid, 1972 (hay edición más
reciente en Hiparión).
Rodríguez; J.M.; “Círculos concéntricos”, prólogo a Alfileres, el Haiku en la poesía española última, Ayuntamiento de
Lucena, Lucena, 2004.
Cheng, F.; La escritura poética
china, Pre-Textos, Valencia, 2007.
EL COLOQUIO DE LOS PERROS
1 comentario:
New Age Haiku
Cuando niño
me debatía perpetuamente
entre llegar a ser bombero
o pirómano, que también tiene su aquel.
Ahora
estoy aprendiendo japonés.
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