miércoles, 26 de marzo de 2014

Tumbar la LOMCE.




                Desde que la LOMCE completara su trámite parlamentario y fuera publicada en BOE se han oído, en diferentes puntos de la geografía estatal, voces que llamaban a la Objeción, cuando no directamente a la insumisión; frente al peligroso disparate surgido de las entrañas del señor Wert y su equipo.

                Finalmente estamos hablando de dinámicas de inaplicación de la Ley; de tumbarla por la vía de demostrar sus incoherencias y de impedir su desarrollo… Pero no por ello hemos dejado de referirnos a la Objeción de Conciencia y a la desobediencia Civil.

                En parte porque algunas de las iniciativas que se proponen encajan en la definición de ambas formas de protesta y de defensa de lo público. En parte porque son referencias importantes para encarar la lucha que tenemos por delante, si no con optimismo, sí con entusiasmo.

                Es en este último sentido que viene a colación recordar, ahora que además se cumplen 25 años de ella, la Insumisión al SMO y la PSS que encarnaron unas 20.000 personas de este país (más el enorme apoyo social generado alrededor) de las cuales la mitad fueron juzgadas y condenadas y unas 4000 pisamos la prisión.

El movimiento antimilitarista, impulsor de aquella forma de Desobediencia Civil, fue capaz de hacer crecer el espacio del descontento, animando la objeción de conciencia como intermedio entre mili y cárcel hasta hacer inaplicable la prestación sustitutoria y minando a la par, tras los muros y los barrotes, la imagen del ejército de conscripción, hoy desaparecido.

Sí, se puede; como se corea hoy cuando se detiene un desahucio.  Es ese el espíritu que deberíamos plantearnos en esta andadura.

Pero ¿Cabe hablar de Objeción de Conciencia o de Desobediencia Civil a la LOMCE? En algunos aspectos sí. Concretos, sin duda, pero es posible; sin desvirtuar unos conceptos que, por lo demás, se definen en la práctica tanto como en la teoría.

Cabe hablar de Objeción de Conciencia a la LOMCE, entendida esta objeción como una demanda de excepción del cumplimiento de una norma por un choque entre conciencia y ley. Es un punto de partida. Es un YO NO QUIERO.

Y cabe hablar de Desobediencia Civil  a la LOMCE, entendida esta como una trasgresión colectiva y pública de una norma considerada injusta. Es un paso más: NO QUEREMOS SER PARTÍCIPES DE ESA INJUSTICIA, QUEREMOS CAMBIAR LA NORMA.

En el primer caso estamos ante un gesto. Una reafirmación de la autonomía frente a la imposición. Un acto simbólico pero cargado de una insolencia que, si se extiende, socava poco a poco los cimientos de la prepotencia con que nos gobiernan y legislan.

En el segundo, estamos ante un pequeño número de actos concretos, que pueden conllevar sanción (no cambiar las programaciones didácticas, no colaborar en las pruebas de diagnóstico,…) y que deberían estar inscritos en un repertorio de acciones mayor (desde la mera declaración de intenciones a la huelga pasando por las más variadas performances).

Ambas, Objeción y Desobediencia, tienen sentido si toman cuerpo en una dinámica general de protesta que aspire a convertir los centros educativos en espacios libres de LOMCE. Y ambas pueden contribuir a ello alimentando una cultura de la participación democrática, de la disidencia, entre profesorado, alumnado y familias.

Y esa reivindicación de autonomía y democracia puede y debe extenderse a todos los ámbitos de la educación, desde la organización de colegios e institutos hasta la configuración de  los materiales escolares.