En breve se celebrarán en Murcia los "20 años de Insumisión". Mientras esperamos a que se concreten las actividades, el lugar, la fecha,... rescato una reflexión realizada hace ya nueve años y que, con orígen en varias charlas y mesas redondas, se plasmó en sendos artículos publicados en "Rebelión" (periódico electrónico de información alternativa) y en el número 186 de la revista de debate político "Utopías (nuestra bandera)".
Hace años, cuando la Insumisión daba aún sus primeros pasos, era cuando menos arriesgado atreverse a trazar públicamente las posibles perspectivas, las hipótesis de futuro, que ante el movimiento antimilitarista se abrían. No teníamos, ni tenemos, bolitas de cristal; pero no por ello se dejó de pensar en voz alta lo que podía ocurrir. Y ese qué se englobaba, en líneas generales, bajo cuatro hipótesis (entonces) de futuro:
La primera, la deseable, se resumía en la abolición del servicio militar obligatorio y, por tanto, la servidumbre sustitutoria. No se acababa con el ejército, ni mucho menos, pero sí con una de sus manifestaciones más directamente opresivas (sobre todo para un determinado sector de la población).
A esta situación se habría llegado gracias a una movilización siempre creciente que, se pretendía, había de abarcar el máximo de ámbitos posibles: Desde la propia desobediencia a la ley hasta la organización de los soldados en los cuarteles y su denuncia de la mili, pasando por hacer inaplicable la Ley de Objeción, entre otras muchas cosas (trabajo en las cárceles, educación para la paz,...).
La segunda, la derrota total, suponía el decrecimiento de las movilizaciones, de la presencia pública de las ideas antimilitaristas y desobedientes, el afianzamiento de la Prestación Sustitutoria, la legitimación social del Ejército, la mili y la ley de objeción, etc.
La tercera de esas posibilidades nos situaba ante la continuidad de la situación de partida, ante un enfrentamiento perenne, repleto de altibajos tanto por lo que hace a la represión, a los encarcelamientos, como al ritmo de movilización social, de generación de ideas,...
Cabía también la posibilidad de que, como respuesta a un creciente descontento social ante la mili y su sustituta; los gobiernos acometieran reformas parciales del servicio militar y la ley de objeción, no aplicara esta, legislara de nuevo sobre ambas cuestiones,...1
Después del punto de inflexión que supuso la aprobación y entrada en vigor del Código Penal de 1995, así como el anuncio de la futura supresión de la mili; mirar tanto hacia atrás como alrededor, en la misma medida al menos que mirar al futuro inmediato, ha sido un ejercicio necesario. Y a la hora de una especie de balance podríamos convenir que necesitamos elementos de las cuatro posibilidades reseñadas (además de otros, a entresacar de distintos lares) tanto para dibujar la situación actual e intuir la que se avecina; como para hacer frente a los retos que el movimiento pacifista y antimilitarista tiene ante sí.
Retos que pasan por seguir ensayando respuestas a las ya viejas cuestiones de qué trabajar, cómo trabajar y cómo organizarse. Por la flexibilización y diversificación de las propuestas de trabajo; la recuperación de la iniciativa; la ampliación de los modelos de acción y su apertura a la participación; la potenciación de los aspectos y contenidos pedagógicos de campañas, mensajes y gestos; la afirmación de redes plurales y efectivas;...2 Y, como no, por “apostar a fondo en el universo de la comunicación y difusión de ideas”3.
Mirar hacia atrás: Un reto de futuro.
No son, obviamente, los únicos retos. Estas líneas quieren llamar la atención sobre otro al que, en este momento, ha de hacerse frente: la necesidad de un encarnizado enfrentamiento contra el desconocimiento, contra la indiferencia y contra la desmemoria. Ese mirar hacia atrás, aunque parezca paradójico, se ha convertido en un reto de futuro. Aún a riesgo de situarse en la inconcrección y abstracción, este artículo parte de esa necesidad de girar la cabeza y, si quiera de reojo, mirar sobre los hombros.
Mirar, no para permanecer aferrados a una dinámica en la que, siquiera por costumbre, podemos sentirnos seguros y seguras. Como advierten Varona y Ferradas, “casi todo eso hace hoy aguas, y corremos serio peligro de que nos arrastre la resaca de un movimiento (exitoso en lo fundamental) que tiene fecha de finalización”4. Mirar hacia atrás para aprender de la experiencia (como decía Bloch, la ignorancia del pasado condiciona la acción presente). Mirar hacia atrás para seguir sembrando otros campos, de otras maneras, con algunas de las semillas empleadas durante estos once años (o con variables artesanalmente conseguidas). Mirar hacia atrás para no olvidar una dinámica que no sólo ha de seguir siendo explicada y rememorada sino pensada y repensada.
Y ello porque no son pocas las personas que, aún hoy, desconocen mucho, e incluso todo lo que la insumisión ha supuesto y supone. Porque no son pocas las personas que, aún hoy, permanecen indiferentes ante la limitación y pérdida de derechos, ante la cárcel, incluso ante la muerte. Y porque la desmemoria es un mal que afecta incluso a quienes alimentamos al propio movimiento pacifista y antimilitarista.
Aún es necesario dar a conocer, y no olvidar, por poner un ejemplo, que la profesionalización de las Fuerzas Armadas no es un mero cambio de un modelo de defensa anticuado por otro más reducido y eficaz, sino que deja atrás (pero no la elimina) una injusticia, presentando a cambio un panorama incierto.
Pro también que han ido pasando por las cárceles de este Estado personas que han sido privadas de libertad por intentar llevar a la práctica ideales de justicia y paz. Que hoy, aquí, aún puede hablarse de delitos políticos y de presos políticos (o si se quiere socio-políticos). Porque la insumisión es, primero, una forma de acción política, un fenómeno social, y después, un acto antijurídico.
Y que, frente a la insumisión, y más allá de todo principio de necesidad, de resocialización, de proporcionalidad o de intervención mínima, en este país se ha legislado otra forma de expulsión del individuo de la sociedad, una la muerte social bajo la forma de una desmedida aplicación de la inhabilitación.
Dar a conocer, y no olvidar, en fin, que en este enfrentamiento entre el Estado y una serie de personas, entre el deber establecido y la libertad ideológica y de conciencia, los muertos y muertas los ha ido poniendo el movimiento antimilitarista.
Un río torrencial.
A uno le gusta ver la Insumisión como un río en el que confluyen y se mezclan, entre otras corrientes, dos afluentes cercanos: Aquel que discurre por el cauce del conflicto militarismo versus antimilitarismo. Y ese otro que lo hace por el del conflicto entre la defensa y desarrollo de determinados derechos fundamentales y la existencia figuras como el servicio militar, que los lesionan. En el primero se sitúa la denuncia de los valores transmitidos en esa escuela de militarismo que es el ejército de conscripción. En el segundo, la denuncia de un impuesto de carne y sangre; que vulnera el principio de igualdad además de limitar en la práctica diversas manifestaciones del derecho a la libertad, a la integridad, a la dignidad.
Este río ha sido, es y seguirá siendo un poco como el Segura, a veces manso, apagado y mortecino,... otras bravo, ruidoso y explosivo,... ¿Cual es el limo aportado? ¿Cuál la carga fértil que ha ido depositando, de una u otra manera?
Parece obvio que, pese a lo dicho anteriormente, ha contribuido a difundir y hacer crecer la sensibilidad contraria al servicio militar. También que ha ayudado a florecer valores de solidaridad así como cierta cultura de la participación. Y, en general, se puede decir que ha intentado llenar de contenido una demanda que no pocas veces, en el fondo, es una demanda vacía: la de paz.
Pero no sólo. Entro otras cosas, y quedan más en el tintero, ha llamado la atención sobre la relación entre el Estado y el individuo, señalando algunos límites a la potestad que se arroga el primero para exigir deberes a los segundos. Ha llamado la atención también sobre lo injustificado de una reducción de la idea de democracia a los cauces de participación actualmente legalizados. Ha afirmado la importancia del disenso para la vida democrática y la necesidad de buscar otros instrumentos de participación ciudadana. Ha mostrado que, en los estados Sociales y Democráticos de Derecho, las leyes no tienen por que ser -como en principio debieran- expresión de la voluntad popular (si quiera la mayoritaria) sino que también son expresión exclusiva de la voluntad de gobernantes y legisladores. Ha mostrado algunas interioridades de ese otro espacio de secuestro institucionalizado, de destrucción, que es la cárcel. Ha planteado que el derecho injusto no obliga a su cumplimiento y que el sistema jurídico debe ganarse el respeto, por que no merece de por sí esa forma de respeto que es la obediencia. Y ha hecho que de veras, y no sólo sobre el papel, la desobediencia sea parte constitutiva de la cultura política. Todo ello, cierto, con sus limitaciones, contradicciones y problemas.
Una cultura de desobediencia.
En ese sentido, uno de los principales logros de la dinámica de Insumisión ha sido, probablemente, sacar de los libros de filosofía política, filosofía del derecho, de ética y otras disciplinas... esa cosa llamada Desobediencia Civil; llevándola a las calles, a los cuarteles, a los parlamentos, a los tribunales, o a las cárceles...
Desobediencia Civil sobre la que, en estos diez años, se ha vuelto a escribir mucho, pero que aún puede seguir siendo definida en los clásicos términos de intervención sociopolítica que toma cuerpo en un acto voluntario, intencionado, premeditado, consciente, público,... que supone la violación de una o varias normas; normas cuya validez jurídica puede ser firme o dudosa pero que son consideradas inmorales, injustas e ilegítimas por quienes practican tal desobediencia. Una desobediencia que persigue un bien para la colectividad, no un beneficio para quien la practica, y que es tanto una apelación a la capacidad de razonar y al sentido de justicia de dicha colectividad, como un acto ‘simbólico’ que busca ocasionar un cambio en la legislación.
Es cierto que quedan fuera de esta amalgama de conceptos y adjetivos no pocos aspectos, como pueda ser la cuestión del acatamiento o no del castigo. Tan cierto como que es prácticamente imposible dar una definición que abarque la cuestión en toda su amplitud; máxime si se tiene en cuenta que, a la postre, la Desobediencia Civil se define tanto en la práctica como en la teoría. Y tan cierto como que son insuficientes para analizar otros ‘ilegalismos parejos’ presentes también en el quehacer antimilitarista de estos años; desde la objeción fiscal a las manifestaciones ilegales, pasando por diversas expresiones de ‘coacciones no violentas’ e incluso algunas formas de sabotaje blando.
En cualquier caso, aún matizable y ampliable, es una definición bastante completa de esta peculiar forma de transgresión de la ley, que tiene la virtud, por lo demás, de encajar bastante bien con lo que la insumisión ha venido siendo.
Insumisión que no ha sido, no es, ni pretendía serlo, la única vía para la erradicación del militarismo de la faz de la tierra; sino tan sólo un grano de arena aportado a esa tarea. De la misma manera, la desobediencia civil no es la única vía para la generación de otra cultura política, de otra moral,... de otra democracia más democrática,... aunque sí puede alimentarlas.
Conviene no sobrevalorar ni la insumisión en particular, ni la desobediencia civil en general. Pero tampoco infravalorarlas. La desobediencia civil es una especie de espejo en el que se reflejan algunas de las deficiencias del modelo de sociedad en el que vivimos. La insumisión ha mostrado algunas... y no todas se solucionan con la hipotética desaparición del ejército de conscripción.
No debiera quedar atrás -la insumisión- sin habernos percatado de estas deficiencias y haber empezado a enmendarlas. Trabajar(nos) una cultura de desobediencia, de insolencia, no es mal equipaje para ese viaje.
1 Sobre estas hipótesis de futuro puede leerse o releerse VVAA, Con razón, insumisión. Revolución, Madrid, 1990 (págs. 162 y ss).
2 Al respecto no está de más acercarse a Utopía Contagiosa, “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas”, en Mambrú nº 59, Zaragoza, primavera de 1999, pp. 32 – 40. O a Rois, J.C., “Balance y expectativas del movimiento antimilitarista”, Página Abierta, nº 93, Madrid, pp. 4 – 6.
3 Balbas, A.; “La utopía, el bosque y los arbolicos”, en Mambrú, nº 60, verano de 1999, pp. 31.
4 Ferradas, J.M. y Varona, K.; "Pasado, presente y futuro del antimilitarismo", Página Abierta, nº 93 (abril de 1999), pp. 6-8. (también puede verse el número 97 de la revista vasca Hika).
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