Este
no es, en principio, un libro de Filosofía. Pero en buena medida lo
es. Y no sólo porque las cuestiones que aborda -el duelo, el dolor,
la muerte, la vida misma- lo sean al mismo tiempo de cualquier
Filosofía que discurra cerca del devenir cotidiano de los días.
Lo
es también porque, con la peculiaridad del formato -el relato, el
reflejo de las vivencias- estamos ante un libro que constituye en sí
mismo una crítica de la razón destructiva, de la razón apática,
de la razón sin pasión que se somete a la dictadura del intelecto y
deja de lado (cuando no intenta someter) emociones, afectos e
impactos sentimentales.
Lo
que directa e indirectamente hacen estos relatos es defender una
razón discursiva y afectiva a la par; en la que inteligencia
racional e inteligencia emocional se entrelazan cual cadena de ADN.
Pero
lo hacen además con una voz poética particular, que se erige sobre
el entusiasmo; al que conviene no confundir con el optimismo.
En
el fondo, este es un libro sobre la agonía, tal y como la entendían
Unamuno o Mariátegui: La agonía no es ni el preludio de la muerte
ni el final de la vida. Agonía es sinónimo de lucha. Agonizan
quienes viven luchando; luchando tanto contra la vida como contra la
muerte.
Lo
que ha hecho Marta es escribir un libro para luchar.
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