Vuelvo a la
Filosofía.
Al dolor de Hypatia
o al de Bruno;
que ni cirenáicos,
epicúreos o libertinos
aciertan a mitigar.
A la espada y a la
pluma con que Cyrano
vuela a lunas y a
soles.
A los cristales
pulidos por Spinoza.
Al Marx que se nos olvidó leer.
Al Marx que se nos olvidó leer.
A los ojos de
Benjamin tras las lentes.
A los pasajes.
A la oscuridad de la
sala de cine
y las luces de la
sala de baile
que acompañan a la
sombra
de Kracauer.
A la mirada de
Arendt.
Al tercer sexo.
Al medio día
rebelde de Camus.
A las cosas sin eco
retenidas
en imposibles
prisiones.
A la potencia de la
multutud.
Al sabotaje.
A Negri.
A las mil mesetas.
Al cepillo a
contrapelo.
A los pasados
vencidos.
Se acabó.
Vuelvo a la
Fiosofía.
A la palabra armada,
más acá del verso.
Retrocedo, pues;
sí.
Toca retirada.
Toca desnudarse.
Es la hora
del cóctel.
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