Un buen día
empieza a llover
y los recuerdos se tatúan
en la ventana
mientras el viento arrastra
fragmentos de versos inacabados
arrancados de contenedores
de color azul
envejecido.
Entonces
uno
se acuerda
de que dejó un pequeño tesoro
enterrado
bajo la arena
de una playa.
Y hace la cama,
con mimo,
como si entre las sábanas
fuera
a encontrar
un mapa para volver
a aquel instante.
Quiza por eso,
uno,
tiene dos almohadas.