“¡Maestro! ¡Si no hay días pa tantos días!”.
La exclamación –lo de aprender a hablar un poco más bajo aún está en tareas pendientes- es de una alumna en clase de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos.
Y tiene razón. A base de pequeños paréntesis en la programación, o adelantando algún tema, o intentando profundizar en algunas de las cuestiones que aparecen en las dos primeras unidades; hemos ido aprovechando algunas fechas señaladas en el calendario de lo políticamente correcto, intentando construir otro calendario, el de la ciudadanía crítica y autocrítica.
Y claro, no caben. No nos caben en lo personal, allí donde corazon y mente se coordinan y la empatía, la solidaridad o la rebeldía se llenan de sentido. Y claro, tampoco nos caben en un curso académico a base de cincuenta y cinco minutos a la semana.
Por que ese es el tiempo que nos vemos para pensar la persona y su entorno; los barrios, pueblos y ciudades; las sociedades democráticas; los derechos humanos; este mundo globalizado y dividido;… e incluso las posibilidades de un mundo mejor…
Cincuenta y cinco minutos, una vez por semana. Si pilla algún puente, cada quince días. La mitad del tiempo asignado a las clases de Religión Católica o a la ‘Atención Educativa’ que, se ¿ofrece o impone?, a no creyentes, creyentes de otro tipo, creyentes de otras cosas,…
Obviamente la Educación para la Ciudadanía no es (no debería ser) el único espacio donde abordar las problemáticas ligadas al SIDA, la violencia de género, los derechos humanos, las discapacidades, la degradación de los bosques,… Cualquier otra asignatura, en realidad cualquier rincón de un centro, y la forma en que este se relaciona con su entorno, son espacios para ello. Siempre y cuando, eso sí, se trabaje contra una interdisciplinariedad o una educación con/en valores de trámite, alimentando una interdisciplinariedad y una educación con/en valores críticas, híbridas e integradoras.
Y en cualquier caso sigue sin haber días, ni semanas, para tanto problema. Por que no es sólo que nos falte tiempo, sino que (queramos o no ser conscientes de ello) nos desborda una realidad dura y sangrante, dolorosa, marcada por la desigualdad, la violencia, la injusticia,… Una realidad que se cuela en colegios e institutos, incluso por las ventanas, cuando se le intenta cerrar las puertas. Una realidad que no se reduce –aunque haya quien lo intente- a foto impactante, titular de prensa o venite segundos de radio y tele. Una realidad que está ahí, aquí; en el aula; en casa.
Demasiados días… Y hay que vivirlos (la cuestión es de qué manera) todos.
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