La estrategia del paseante.
La biblioteca cerró sus puertas definitivamente.
Desentrañado y ausente el viejo lector se caló la gorra y, echando los
hombros hacia adelante, metió las manos en los bolsillos del abrigo por
primera vez en muchos, muchos años.
Decidido a perderse en la ciudad; renunció a leer rótulos de calles,
indicadores, planos de marquesinas,... buscando en su memoria, paso a
paso, las palabras escritas por otros paseantes.
Junto al mar se rindió, consciente de que, en la soledad, el recuerdo se
pierde como el eco de los pasos.
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