A veces me enfrento a mis palabras
como si habitaran otro mundo
y fueran incapaces de llegar a tí.
Entonces me sumerjo entre líneas,
o saco la cabeza en una nota al pie,
o huyo sin más de la bibliografía
y hago equilibrios sobre ventanas
sin alfeizar ni tendal.
Cuando eso sucede,
deletreo con silencios
las formas del miedo, del amor
y de todo cuando me corroe
por dentro.
Y me paro de espaldas al espejo,
como si aún fuera posible
esa mirada erguida
contra el verbo mudo.
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