Y un día...
Y un día
sin necesidad de espejos
supe que
el cuerpo en que nací
no era el mío,
no podía serlo.
Me deslumbró quizá
la luminosa belleza de los versos
ajenos
tatuados con saliva, sudor o semen
sobre pieles
ajenas.
Con el tiempo,
entre cobardía y cobardía,
he ido aprendiendo a nacer
una y otra vez
en este mismo cuerpo.
Solo que ahora es
-soy-
todos los cuerpos.
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