Yo
soy la infancia
sin
infancia,
la
niñez sin territorio,
siempre
la habitación
otra,
las
paredes en blanco,
los
libros y juguetes
en
cajas,
la
lengua extraña,
el
sol distinto,
el
nuevo camino
hacia
el colegio nuevo.
Soy
el hola y el adiós,
la
cara pegada
a
la ventanilla de coche,
los
ojos llorosos
y
los ojos abiertos,
la
queja y la boca
quieta,
el
corazón impotente.
Pero
también soy
la
infancia de la infancia.
La de la mano enorme
en
torno a mis mano chica,
la
de la foto tierna y ridícula
sobre
la cama en blanco y
negro,
la
de la torpeza de los pasos,
la
de las heridas en todas
las
aristas imaginables
del
cuerpo.
La
infancia del mundo visto
a
hombros,
de
la arena que
quema
y de la crema
en
la nariz,
del
pan tumaca y el ongi etorri,
de
las calles
de
todos los colores
grises,
de
todos los colores
blancos,
de
todos los colores
luz,
de
todos los colores
lluvia,
de
todos los colores
día,
de
todos los colores
noche.
La
infancia del llanto nuevo
y
del llanto viejo,
del
susurrro en la ausencia
aún
presente,
de
la risa y el
soplido
que vuela sueños
en
velas sin barco,
de
la portería inmensa,
la
canasta lejana,
la
maratón en una callejuela
sin
salida.
La
infancia del tiempo antes
del
tiempo.
En
mí sobrevive un niño
sin
más patria que el
afecto.