martes, 11 de junio de 2019

París (sin destinos ni espejos)



Nos iba a quedar siempre París,
pero jamás volvimos.

De la misma manera que
el polvo
acumulado sobre los libros
que compramos en las inmediaciones
del Sena
fue cayendo de nuestras manos
a la nada;
nuestros pies olvidaron
aquellas escaleras y callejuelas,
el extrarradio de los mapas turísticos,
las estaciones de tren y de metro,
los grandes bulevares,
las avenidas,
las barricadas de ayer y de mañana,...

También
ese vacío en el que nuestra mirada
buscaba
el eco de La Comuna,
del 18 Brumario,
del exilio que no regresó
de un mayo en abril.

Y aquella alfombra
sobre la que lo hicimos
sin protección
por si era verdad
aquello
de que los hijos
venían de esta ciudad.

A veces nos reíamos
poniendo en boca del comisario
Maigret
conceptos como los de
conocimiento
por connaturalidad
y concomitancia.

Otras nos escondíamos
tras las sombras de
Benjamin y Kracauer,
ente notas musicales
y pasajes perdidos.
¿Te acuerdas?
No teníamos tocadiscos
pero en Jouffroy compramos
aquel vinilo de Offenbach.

Los museos
y los cafés
siguieron perfectamente sin nosotros;
de la misma manera que la libertad
sigue guiando al pueblo
encarcelada
entre cuatro paredes.

Era media noche en un reloj que atrasaba.
A la postre,
fuimos como el chaparrón intenso
que desaparece sin dejar rastro
filtrándose en ese otro París de ultratuma
y cloaca,
ese que no se ve
y que siempre nos quedará
aunque no podamos volver.

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