Recapitulando
Lo planteado es sólo un punto de partida,
de entre otros posibles, para explorar posibilidades, comprobar dificultades y
esbozar vías a ensayar. Tareas todas que exceden el tiempo y la extensión
previstas para una injerencia a la que le ha llegado la hora de recapitular.
Procesos en la resolución de conflictos es el
título del taller que nos ha reunido hoy aquí. Lo que esta intervención quiere
poner encima de la mesa es que la desobediencia, la disidencia, la
insolencia,... no sólo son formas en que pueden expresarse los conflictos, sino
maneras en que pueden articularse las respuestas a ellos, mecanismos
(normalmente no suficientes por sí solos) para su resolución. Formas, maneras y
mecanismos que deberían estar presentes en una educación que desee contar entre
sus logros con una ciudadanía activa y una cultura de participación, en vez de,
sencillamente, con mera la formación de
súbditos. Formas, maneras y mecanismos, en fin, para los que sin duda hay un
papel a la hora de afrontar uno de los retos con que hoy se enfrenta la
sociedad y, por tanto, la propia educación: lograr el respeto a las diferencias
personales y culturales, recorriendo a la para las sendas de la igualdad y la
justicia social.
Tan grave error sería sobrevalorar el papel de
la desobediencia como lo hubiera sido, a mitad más o menos de esta reflexión,
generalizar su bondad. La educación para la deobediencia no puede, por sí sola
garantizar el reconocimiento y el respeto a la diferencia, la implantación de
situaciones de diálogo y de esfuerzo por alcanzar una mayor comprensión
mutua, la construcción de principios
universales y mínimos de valor que permitan regular la convivencia entre
sujetos y grupos diferentes, la adopción de medidas encaminadas a favorecer la lucha contra la pobreza, la
marginación, la discriminación o el racismo. No puede. Lo que sí puede es
aportar su grano de arena.
Los males citados no pueden explicarse sólo
sobre la base de la colaboración, la
complicidad o la indiferencia de la mayoría; pero no se producirían (al menos
como se producen hoy) sin estas. Poniendo un ejemplo concreto: una de las
razones por las cuales no es posible la reinserción social de las personas
penadas es por que no hay una demanda social en este sentido. La reinserción y
reeducación son imposibles –además de por otros muchos factores- porque aún
siendo imperativos constitucionales, no son imperativos sociales.
Desobedecer y enseñar a desobedecer puede
ayudar a cambiar este triste panorama.
Bibliografía:
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Madrid, 1996 (3ª).
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